Dalai D'Elía
Por Teresa Eschuk
Cultor de la no violencia y de los principios armónicos del budismo, el Dalai D'Elía sufrió una mutación cuando a la edad de 3 años -ver cromo- abandonó el Tibet y partió hacia La Matanza.
"Pocos conocen mis orígenes de ayuno, privaciones y control de mis impulsos criminales. Pero aquí, en la Argentina, me nutrí del odio al oligarca, tinto y asado en cantidades abominables, para alcanzar a ser lo que soy." Con las manos cubriéndole el rostro, D'Elía confiesa su secreto y solloza.
"Por otro lado, la pasividad oriental nunca fue lo mío. Ni siquiera Mao me resulta lo suficientemente peronista. Aquí recuperé mi ser y al que dude de mi palabra le rompo todos los huesos."
Un auténtico soldado de la causa, un militante sin estratagemas ni dobles discursos, una verdadera criatura de Dios al servicio del pueblo, aquél que siempre fue unido y vencido.
Por Teresa Eschuk
Cultor de la no violencia y de los principios armónicos del budismo, el Dalai D'Elía sufrió una mutación cuando a la edad de 3 años -ver cromo- abandonó el Tibet y partió hacia La Matanza.
"Pocos conocen mis orígenes de ayuno, privaciones y control de mis impulsos criminales. Pero aquí, en la Argentina, me nutrí del odio al oligarca, tinto y asado en cantidades abominables, para alcanzar a ser lo que soy." Con las manos cubriéndole el rostro, D'Elía confiesa su secreto y solloza.
"Por otro lado, la pasividad oriental nunca fue lo mío. Ni siquiera Mao me resulta lo suficientemente peronista. Aquí recuperé mi ser y al que dude de mi palabra le rompo todos los huesos."
Un auténtico soldado de la causa, un militante sin estratagemas ni dobles discursos, una verdadera criatura de Dios al servicio del pueblo, aquél que siempre fue unido y vencido.